Queridos amigos en la virtualidad. Supongo que todos esperáis una loa a la Navidad y sus variados y coloridos anexos, pero no. Aquí os cuelgo un post que tengo escrito desde, al menos, octubre. Y tengo que colgarlo antes de que termine el año, porque si no, no tiene gracia.
Sirva este post para homenajear como
se merece, a la Real Academia Española de la Lengua. En este año 2013 ha
cumplido 300 añitos de existencia. ¡¡Felicidades y que cumplas muchos más!!
¡Qué bello es nuestro idioma!... Basto
tapiz lingüístico que nos permite entender y ser entendidos… ¡Qué caprichosa
mezcolanza de vocablos de antiguas lenguas lo tejen!... ¡Qué sonoros fonemas lo
bordan!... ¡Qué infinitas normas gramaticales lo enmarañan!...
Sí, amigos, sí. Mis reflexiones de
hoy son para este nuestro idioma castellano o español (que tanto me da, puesto
que, hasta la fecha, son exactamente iguales). He estado investigando el origen
de nuestra lengua y serios razonamientos me han llevado a las conclusiones que,
a continuación, expongo. Si son ciertas o equivocadas, eso no lo sé. Me temo
que no disponemos de los recursos suficientes para afirmar o negar con
rotundidad si mi historia es vera o falaz. Me temo que las personas que
estuvieron presentes cuando estos hechos acaecieron, llevan bastante tiempo
criando malvas. Y sin demorarme más, empieza la narración de cómo nació y
creció el idioma de Cervantes.
El inicio fue como el de todos los chistes malos.
Salvo que, en este caso, en vez de “un inglés, un francés y un español” se juntaron
un romano, un griego y un árabe. Y dijeron: “¡no hay huevos de inventarse un
idioma nuevo!” Y ya sabemos todos lo que
pasa cuando alguien empieza una frase con “no hay huevos…” Total, que se fueron
a un bar (porque serían un romano, un griego y un árabe, pero eran españoles),
se pidieron tres cañitas y unas aceitunas, cogieron una servilleta de esas que
ni secan, ni limpian ni “na” para ir dejando constancia escrita, y empezaron.
La cosa fue, al principio, así como muy seria y
pomposa. Al fin y al cabo, inventarse un idioma nuevo es algo importante y
bastante dificilillo. Lo primero que
tuvieron que hacer fue ponerse de acuerdo con el alfabeto que se usaría, a
saber, arábigo, griego o romano. Y lo decidieron con el democrático método de
sacar el palito más corto (bueno, no se sabe si con lo del palito o viendo
quién escupía más lejos). Fuera como fuese, ganó el romano. Pero por poquito.
Por eso, el romano tuvo que ceder y dejar que el tema de la nomenclatura
geométrica y matemática corriera a cargo de las letras griegas y los números
fueran arábigos (y menos mal porque no hay nadie en el mundo que sepa cuánto es
el número MMMDCXLI* así, en frío).
Y una vez decidido el alfabeto a
usar, se pusieron manos a la obra. Y les pasó lo mismo que a mí cuando me toca
cambiar la ropa de los armarios: que no sé por dónde empezar. Y como no sabían
por dónde empezar, pues decidieron inventarse una letra distinta para que el
nuevo idioma se diferenciara de los demás. Evidentemente, se inventaron la “ñ”
o “Ñ” en versión mayúscula. La letra de la peineta.
Continuaron inventando palabras,
tales como “mesa” “agua” “faralaes” “paella” o “barandilla”… A veces las
aportaba el romano, otras el griego y otras el árabe. Pero, poco a poco, no se
sabe si por exceso del soplar de las musas o del “soplar” de las cañas, la cosa
se fue animando. Y no contentos con buscar una palabra para cada cosa,
inventaban dos o tres. Al no encontrar manera de elegir sólo una, pues se
quedaban con todas las opciones. Es por esto por lo que al cerdo se le llama
puerco, gocho, marrano o guarro. Y la fiesta puede ser juerga, farra o
cachondeo.
Luego le llegó el turno a los
verbos. Inventaron maneras de decirlos en presente, pretérito o futuro. Los
colocaron todos muy ordenaditos. Era una tarea ardua y un pelín tediosa. “¡Esto
aburre al mismísimo Platón!” dijo el griego bostezando. Y por eso empezaron a
conjugar verbos irregulares, para salir de la monotonía. Por eso, el verbo
“poder” es “yo puedo, tu puedes, el puede” cuando debería ser “yo podo, tu
podes, el pode”. Claro que, como en el ser humano está inherente el hecho de ir
liando la madeja cada vez más, fueron conjugando a lo loco. Está claro. Si no,
¿cómo explicas tú que palabras como “voy” “fuisteis” ”ve” o “yendo” son todas
de la conjugación del verbo “ir”?
En este punto, la cosa estaba un
poco fuera de madre. A nuestros tres creadores del idioma español o castellano
les pasaba lo que nos pasa a todos cuando nos juntamos unos cuantos a pensar
bromitas para la despedida de soltera de una amiga. Primero se empieza pensando
en qué disfrazarla, luego se pasa por tirarla al pilón y se termina enjarrillándola
y tatuándole en el brazo “Brad Pitt, quiero un hijo tuyo” Y así las cosas, se
pusieron con el tema de las “bes” y las “uves”; de las “ges” y las “jotas”; las
“elles” y las “yes”. Que levante la mano el que no se haya acordado de las
madres de nuestros tres protagonistas cuando era un tierno escolar.
-
A ver, los
verbos que acaben en –bir, los
ponemos con b – decía uno.
-
¿Todos? –
respondía otro - joé que rollo eres, tío.
-
Pues que cada
uno elija el que más le guste, y ésos los ponemos con v, ¿qué os parece?
-
¡Vale! Yo elijo
“vivir”, que es la esencia misma de todo – dijo el griego haciendo alarde del
inherente espíritu filosófico de los griegos.
-
Y yo “servir” –
exclamó el romano, pues ya sabemos todos, por los cómics de Astérix, que a los
romanos lo que más les gustaba era estar tumbaditos en sus divanes y ser
servidos por sus esclavos.
-
Mmmm… pues yo
“hervir”, que me gustan mucho las patatas hervidas – dijo el árabe no sé por
qué, pero, ciertamente, están muy buenas (sobre todo si son gallegas).
Si el tema de la elección de “bes” y “uves” os ha
parecido como algo hecho totalmente al azar, es porque aún no os habéis parado
a pensar en el tema de las “haches”. Si tú te inventaras un idioma nuevo, y
tienes que poner una letra que no suena ¿dónde la pondrías? Probablemente
pensarás que en ningún sitio. Ese es el razonamiento más lógico y más práctico.
Pues ya ves que no es así, y ahora mismo voy a explicar el por qué. ¿Os ha
pasado alguna vez estar con los amigos, con el cachondeo subido, partidos de la
risa con cualquier cosa, pero que, al día siguiente intentas contárselo a
alguien y solo te hace gracia a ti? Es lo que técnicamente se llama “flatulencia
mental”. Y en ese estado andaban ya el griego, el romano y el árabe cuando
pensaron que sería el despiporre salpimentar el vocabulario con un montón de
letras mudas. Claro que solo ellos le vieron la gracia... La elección del tema
de la colocación de las “haches” no es una cuestión baladí. Siguieron un
riguroso turno para elegir las palabras en las que colocarla. Así fue como
“huevo” “hormiga” “habichuela” “herpes” o “halitosis” pasaron a tener una
flamante “hache” como inicial. Pero en el colmo de la retranca, cogieron otras
pocas palabras y les colocaron una “hache” en tol´medio. Y cogen y lo llaman
“hache intercalada”, para enredar. Así tenemos “cacahuete” “vehemencia”
“zahorí” “alcohol” “zanahoria” o una palabra de rabiosa actualidad “cohecho”.
Ya andaba el romano con el turbante del árabe atado a
modo de “corbata en el baile de una boda” cuando le dijo al griego (que estaba
con el cepillito del casco del romano haciendo de bigote).
-
¡Tildes tío! ¡A esto
le hacen falta unas buenas tildes!
-
¡A mí me parece
genial! – dijo el árabe.
-
¡Adelante con
los faroles! - repuso el griego.
Y
ahí les tienes a los tres. Que si ésta se acentúa porque acaba en –n. Que si esta otra no se acentúa
porque también acaba en –n. Los
monosílabos… pues a veces sí, a veces no. (Aún te quejas, ¿aun cuando lo dejan así de clarito?) Sin olvidarse de la barrabasada mayor que son
los hiatos y los diptongos (incluso triptongos). Y cuando ya andaban
cansadillos de tanta tilde, deciden que las esdrújulas se acentúan todas.
¡Listo, calisto!
Y como colofón final de la historia,
fundaron una fábrica de bolígrafos de color rojo. Y los tíos se forraron
vendiéndoles bolis rojos a los maestros de primaria.
Y así fue, a grandes rasgos, como se
creó este nuestro idioma español o castellano. Solo me resta decir que, visto
la currada que se pegaron nuestros protagonistas en tan ardua tarea, es nuestro
deber mimarla y cuidarla. Al fin y al cabo es nuestra manera de entender y ser
entendidos, como dije al principio. Procuremos hablarla bien. Esforcémonos por
escribirla correctamente. Es muy probable que no acabemos ocupando un asiento
en la Real Academia, pero estaremos contribuyendo a que limpie, fije y dé
esplendor.
Un
abrazo… Dulcemente.
*
es el 3.641, por si te ha dado perezuela pensarlo.
La tarta es un layer cake de bizcocho Devil´s food y frosting de queso cubierta de ganache de chocolate blanco que, traducido al castellano quiere decir tarta de capas de bizcocho de comida del diablo y relleno de queso cubierta de ganache de chocolate blanco. Una muy buena receta del devil´s food la tenéis aquí. |