(Nota previa: Os traigo unas nubes, ¡¡como
las de los kioskos!! (Receta de Webos Fritos) Las he hecho en varias ocasiones
con un éxito fulminante, aplastante y arrollador. Podéis preguntarle a Misanto
(o mejor, a mi niño) si no me creéis. Fin de la nota previa)
A menudo los hijos se nos parecen
así nos dan la primera satisfacción (…)
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las
costumbres
y a los que, por su bien, hay que
domesticar.
Serrat dixit.
Hay una pregunta que nos reconcome la conciencia desde el mismo
momento en que la adquirimos (eludo especificar edad, no es elegante) ¿qué es
lo que mueve al mundo? Pues, tras grandes reflexiones cerebrales he llegado a
la conclusión que de Galileo, Copérnico, Bacon, Kepler y demás parentela no
tenían ni idea. La verdadera fuerza que
mueve nuestro planeta son los niños. Cavilad un poco y descubriréis en qué
momento vuestro mundo empieza a girar de manera diferente... ¿Desde cuándo
levantarte a las 9 de la mañana te parece el súmmum del ganduleo? ¿Cuándo decides
que poner “cualquier cosilla” para comer no es válido porque no es lo
suficientemente nutritivo/sano/equilibrado? ¿En qué momento planchar es más
apremiante que echar una partidita a la “play”? ¿Cuándo vuelves a quedar con
los amigos a las 6 de la tarde? Pues exactamente en el mismo momento en que la
crema solar es un indispensable en el bolso veraniego, hablamos de cacas sin que nos de asco
(número, aspecto, color y consistencia) incluso comiendo y el silencio es el
bien más preciado...
El hecho de haberme convertido en
madre un buen día no me hace una experta en el mundo infantil, para nada. Soy
sobradamente consciente de que muchos de los que me leéis sois madres/padres
(en adelante progenitores) de más de un churumbel. Incluso hay algunos que
tienen tres. Y chaladas perdidas que, en su día, tuvieron ¡cuatro y cinco! (si,
si, suegra y madre, es por vosotras). Pero con mi único hijo y mi capacidad
observadora (y la de Mi Santo) he ido recogiendo en mi bagaje vital algunos
puntos que me parece interesante compartir. Algunos pueden tomarse como
consejos, otros como meras observaciones, otros como obviedades... pero todos
tienen un punto en común: son absoluta e indiscutiblemente ciertos. Empezamos:
Punto de mi bagaje vital sobre la infancia Nº 1: Los
niños no vienen con un pan
bajo el brazo.
Vienen
con la maxicosi, el cochecito, la silla de auto, la bañera, la trona, la cuna,
la minicuna, la cuna de viaje, el cambiador, diez kilos de ropa, cien kilos de
pañales (en limpios, en sucios no he echado la cuenta), y unos cuatrocientos
tipos diferentes de cremas, lociones, pomadas, colonias, geles... por no hablar
de las quinientas clases de biberones,
tetinas, leches en polvo, cereales sin gluten y “gluteneados”, calienta
biberones, chupetes (con cadenitas variadas) y el esterilizador (que merece
renglón aparte).
Si
los niños vinieran con un pan bajo el brazo sería todo muy sencillo (menos
parirlo, claro). Llevarías al niño con un brazo y con el otro el pan. Ya está.
Punto de mi bagaje vital sobre la
infancia Nº 2: Menos es más.
Este
punto está en clara relación con el anterior. Cuanto menor es la edad de la
criatura, más trastos hay que acarrear (lease punto Nº 1, no me lo hagan
escribir otra vez...).
Pero
hay dos hitos en la historia de ser progenitores que celebras con lagrimillas
en los ojos de la emoción: El día que no tienes que arrastrar la cuna de viaje
allá donde vas y el día que no tienes que llevar pañales. Es como un auténtico
soplo de brisa marina, como un vaso de agua fresquita en pleno agosto, como quitarse los zapatos al llegar a casa
(no, mejor, como quitarse unos zapatos dos tallas menos al llegar a casa)...
Nubes bañaditas en chocolate. Muero. |
Punto de mi bagaje vital sobre la
infancia Nº 3: Todos escondemos un pseudo-pediatra en nuestro interior.
Es
una habilidad innata que aflora al llevar algún tiempo como progenitor y crece
exponencialmente con el tiempo. Pongamos por ejemplo que el bebé se pone a
llorar. Entonces el coro de sabios (en el que me incluyo) empieza a sentenciar
en el tono seguro que confiere la maestría: “tiene gases, cógelo bocabajo”…
“pobrecillo, tiene hambre”… “mírale el pañal, lo mismo está sucio”…
Y
si el niño babea un poquillo... “¡huy, huy, huy... este niño está echando los
dientes!” ¡huy, huy, huy… este niño está echando los dientes!” “¡Pero si tiene
15 días!” – intentas replicar. “Nada, nada. Está echando los dientes, te lo
digo yo” El niño se tira tres o cuatro meses babeando y el sabio `seudo-pediatra
diciendo “¡huy, huy, huy... este niño está echando los dientes!” y finalmente, llega
la época de la erupción dentaria y aparece el dientecillo... “¿ves? Ya te decía
yo que este niño estaba con los dientes”. Nuestro pseudo-pediatra es un ser
tempranero a más no poder, no me digas que no.
Punto de mi bagaje vital sobre la
infancia Nº 4: El esterilizador que merecía renglón aparte.
Antes,
nuestras madres ponían de cuando en cuando la olla grande al fuego y ahí
hervían los biberones y demás aperos que usaban para alimentarnos. Ahora han
inventado... tachán, tachán... ¡¡¡el ESTERILIZADOR!!! ¡¡¡El terror de los gérmenes
y las bacterias!!!
Mmmm
no logro entender cómo nuestra generación ha sobrevivido con biberones sin
esterilizar… Y, francamente, ahora mismo deberíamos estar llevando a nuestras
madres un bocata de mortadela con una lima dentro (sin esterilizar, claro) a la
cárcel. Por imprudentes.
Punto de mi bagaje vital sobre la
infancia Nº 5: Alimentando al rapáz.
Cuando
tienes un bebé hay que alimentarlo porque, como ya hemos dicho, no vienen con
un pan bajo el brazo para que vayan picando si tienen hambre. Por lo tanto te
vas a enfrentar a unas cuantas horas de lactancia/biberoneo nocturno. Yo
encendía una lamparita chiquitita, lo justo para dar un poquitillo de luz sin
desvelar. La ponía en el suelo y me sentaba en el sofá a darle de mamar. En
esos momentos de gran silencio y soledad, tienes tiempo de sobras para
adentrarte en tu mundo interior con la mirada perdida en el infinito. Pero como
eso, en mi caso, me aburre bastante, y jamás he sabido exáctamente cómo se mira
al infinito, pues unas veces miraba al niño, otras al techo, otras al suelo...
Y ¡oh sorpresa! Ahí encontré a las graaandes compañeras de lactancia nocturna:
¡las pelusas! Y de tanto mirarlas y ver cómo crecían, pues se las va cogiendo
cariño. Las mías se llamaban Polvorilla, Malena y Séneca (porque era muy lista
y sobrevivió a tres pasadas del aspirador.
Punto de mi bagaje vital sobre la
infancia nº 6: Los niños no vienen de París.
Quizá
cuando nuestro hijo es pequeñito, podemos creer en el mito de que la criaturita
ha venido desde el bello París, colgadito de una pulcra sábana en el pico de
una grácil cigüeñita suave y algodonosa. Deja pasar tres añitos o así y
descubrirás que de grácil cigüeñita nada de nada. En verdad los niños vienen de
Ikea (sí, sí, la gran tienda sueca). Prueba a pedirle que se lave los
dientes/recoja los juguetes/venga a cenar… verás que el niño es compatriota del
rubio de Abba.
Punto de mi bagaje vital sobre la
infancia nº 7: Equipamiento de serie de los bebés.
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Altímetro
infalible: Lo que le permite detectar cualquier diferencia de altura. Si lo
estás acunándolo de pié y te sientas, lo notará; si está dormido en tus brazos
y lo dejas amorosamente en la cuna, lo notará también. El altímetro infalible
viene equipado con alarma sonora en modo “llanto”.
-
Radar de amplio
alcance: De esa manera detecta rápida e infaliblemente la presencia de la madre
en la habitación aunque no pueda verla. Igual que en el Altímetro infalible, el
Radar hace saltar la alarma sonora en modo “llanto” y, a veces, “berrido”.
-
Equipo de
escucha ultrasónico: lo cual le permite despertarse de inmediato con el más
mínimo ruido que se produzca en la otra punta de la casa e, incluso, en la casa
del vecino.
-
Estos tres
avances de la ciencia no serían nada sin el último y más importante gadget del
que dispone el roro: el amplificador. Por supuesto plenamente equipado con:
potenciómetro, surround, ecualizador, subwoofer, overdrive y pedal de wah-wah
que el pequeño va usando en función de las ganas (imperiosa necesidad, más
bien) que tengan los progenitores de dormir.
Antes de terminar querría presentaros “virtualmente”
a mi amiga Lola. Lola es, además de madre de dos hermosos chavalotes, una
filósofa de nuestro tiempo y por eso quiero compartir una reflexión que siempre
sale de su boca al respecto de la infancia: “Si falla Super Nanny, siempre nos quedará Hermano Mayor”
Las dulces manitas de mi niño. Oooh! |
Un abrazo... Dulcemente