Bienvenidos

¡Bienvenidos! Este no es un blog de repostería creativa al uso. Aquí tenéis una mezcla de dos aficiones: los postres y escribir lo primero que se me viene a la cabeza. Echadle un poquito de azúcar y humor a vuestras vidas, seguro que os sentiréis mejor. ¡Gracias por leerme!

Os podéis poner en contacto conmigo con el correo electrónico que aparece en la cabecera.

También estoy en facebook. Pincha aquí para visitar mi página.

Gracias (otra vez)

Un abrazo... Dulcemente

martes, 24 de septiembre de 2013

LA PEQUEÑA FUERZA QUE MUEVE AL MUNDO

            (Nota previa: Os traigo unas nubes, ¡¡como las de los kioskos!! (Receta de Webos Fritos) Las he hecho en varias ocasiones con un éxito fulminante, aplastante y arrollador. Podéis preguntarle a Misanto (o mejor, a mi niño) si no me creéis. Fin de la nota previa)




A menudo los hijos se nos parecen
así nos dan la primera satisfacción (…)
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, hay que domesticar.
Serrat dixit.


            Hay una pregunta que  nos reconcome la conciencia desde el mismo momento en que la adquirimos (eludo especificar edad, no es elegante) ¿qué es lo que mueve al mundo? Pues, tras grandes reflexiones cerebrales he llegado a la conclusión que de Galileo, Copérnico, Bacon, Kepler y demás parentela no tenían ni idea.  La verdadera fuerza que mueve nuestro planeta son los niños. Cavilad un poco y descubriréis en qué momento vuestro mundo empieza a girar de manera diferente... ¿Desde cuándo levantarte a las 9 de la mañana te parece el súmmum del ganduleo? ¿Cuándo decides que poner “cualquier cosilla” para comer no es válido porque no es lo suficientemente nutritivo/sano/equilibrado? ¿En qué momento planchar es más apremiante que echar una partidita a la “play”? ¿Cuándo vuelves a quedar con los amigos a las 6 de la tarde? Pues exactamente en el mismo momento en que la crema solar es un indispensable en el bolso veraniego,  hablamos de cacas sin que nos de asco (número, aspecto, color y consistencia) incluso comiendo y el silencio es el bien más preciado...



            El hecho de haberme convertido en madre un buen día no me hace una experta en el mundo infantil, para nada. Soy sobradamente consciente de que muchos de los que me leéis sois madres/padres (en adelante progenitores) de más de un churumbel. Incluso hay algunos que tienen tres. Y chaladas perdidas que, en su día, tuvieron ¡cuatro y cinco! (si, si, suegra y madre, es por vosotras). Pero con mi único hijo y mi capacidad observadora (y la de Mi Santo) he ido recogiendo en mi bagaje vital algunos puntos que me parece interesante compartir. Algunos pueden tomarse como consejos, otros como meras observaciones, otros como obviedades... pero todos tienen un punto en común: son absoluta e indiscutiblemente ciertos. Empezamos:



Punto de mi bagaje vital sobre la infancia Nº 1: Los niños no vienen con un pan bajo el brazo.
Vienen con la maxicosi, el cochecito, la silla de auto, la bañera, la trona, la cuna, la minicuna, la cuna de viaje, el cambiador, diez kilos de ropa, cien kilos de pañales (en limpios, en sucios no he echado la cuenta), y unos cuatrocientos tipos diferentes de cremas, lociones, pomadas, colonias, geles... por no hablar de las quinientas  clases de biberones, tetinas, leches en polvo, cereales sin gluten y “gluteneados”, calienta biberones, chupetes (con cadenitas variadas) y el esterilizador (que merece renglón aparte).
Si los niños vinieran con un pan bajo el brazo sería todo muy sencillo (menos parirlo, claro). Llevarías al niño con un brazo y con el otro el pan. Ya está.



            Punto de mi bagaje vital sobre la infancia Nº 2: Menos es más.
Este punto está en clara relación con el anterior. Cuanto menor es la edad de la criatura, más trastos hay que acarrear (lease punto Nº 1, no me lo hagan escribir otra vez...).
Pero hay dos hitos en la historia de ser progenitores que celebras con lagrimillas en los ojos de la emoción: El día que no tienes que arrastrar la cuna de viaje allá donde vas y el día que no tienes que llevar pañales. Es como un auténtico soplo de brisa marina, como un vaso de agua fresquita en pleno agosto,  como quitarse los zapatos al llegar a casa (no, mejor, como quitarse unos zapatos dos tallas menos al llegar a casa)...

Nubes bañaditas en chocolate. Muero.


            Punto de mi bagaje vital sobre la infancia Nº 3: Todos escondemos un pseudo-pediatra en nuestro interior.
Es una habilidad innata que aflora al llevar algún tiempo como progenitor y crece exponencialmente con el tiempo. Pongamos por ejemplo que el bebé se pone a llorar. Entonces el coro de sabios (en el que me incluyo) empieza a sentenciar en el tono seguro que confiere la maestría: “tiene gases, cógelo bocabajo”… “pobrecillo, tiene hambre”… “mírale el pañal, lo mismo está sucio”…
Y si el niño babea un poquillo... “¡huy, huy, huy... este niño está echando los dientes!” ¡huy, huy, huy… este niño está echando los dientes!” “¡Pero si tiene 15 días!” – intentas replicar. “Nada, nada. Está echando los dientes, te lo digo yo” El niño se tira tres o cuatro meses babeando y el sabio `seudo-pediatra diciendo “¡huy, huy, huy... este niño está echando los dientes!” y finalmente, llega la época de la erupción dentaria y aparece el dientecillo... “¿ves? Ya te decía yo que este niño estaba con los dientes”. Nuestro pseudo-pediatra es un ser tempranero a más no poder, no me digas que no.



            Punto de mi bagaje vital sobre la infancia Nº 4: El esterilizador que merecía renglón aparte.
Antes, nuestras madres ponían de cuando en cuando la olla grande al fuego y ahí hervían los biberones y demás aperos que usaban para alimentarnos. Ahora han inventado... tachán, tachán... ¡¡¡el ESTERILIZADOR!!! ¡¡¡El terror de los gérmenes y las bacterias!!!
Mmmm no logro entender cómo nuestra generación ha sobrevivido con biberones sin esterilizar… Y, francamente, ahora mismo deberíamos estar llevando a nuestras madres un bocata de mortadela con una lima dentro (sin esterilizar, claro) a la cárcel. Por imprudentes.



            Punto de mi bagaje vital sobre la infancia Nº 5: Alimentando al rapáz.
Cuando tienes un bebé hay que alimentarlo porque, como ya hemos dicho, no vienen con un pan bajo el brazo para que vayan picando si tienen hambre. Por lo tanto te vas a enfrentar a unas cuantas horas de lactancia/biberoneo nocturno. Yo encendía una lamparita chiquitita, lo justo para dar un poquitillo de luz sin desvelar. La ponía en el suelo y me sentaba en el sofá a darle de mamar. En esos momentos de gran silencio y soledad, tienes tiempo de sobras para adentrarte en tu mundo interior con la mirada perdida en el infinito. Pero como eso, en mi caso, me aburre bastante, y jamás he sabido exáctamente cómo se mira al infinito, pues unas veces miraba al niño, otras al techo, otras al suelo... Y ¡oh sorpresa! Ahí encontré a las graaandes compañeras de lactancia nocturna: ¡las pelusas! Y de tanto mirarlas y ver cómo crecían, pues se las va cogiendo cariño. Las mías se llamaban Polvorilla, Malena y Séneca (porque era muy lista y sobrevivió a tres pasadas del aspirador.



            Punto de mi bagaje vital sobre la infancia nº 6: Los niños no vienen de París.
Quizá cuando nuestro hijo es pequeñito, podemos creer en el mito de que la criaturita ha venido desde el bello París, colgadito de una pulcra sábana en el pico de una grácil cigüeñita suave y algodonosa. Deja pasar tres añitos o así y descubrirás que de grácil cigüeñita nada de nada. En verdad los niños vienen de Ikea (sí, sí, la gran tienda sueca). Prueba a pedirle que se lave los dientes/recoja los juguetes/venga a cenar… verás que el niño es compatriota del rubio de Abba.

            Punto de mi bagaje vital sobre la infancia nº 7: Equipamiento de serie de los bebés.
-          Altímetro infalible: Lo que le permite detectar cualquier diferencia de altura. Si lo estás acunándolo de pié y te sientas, lo notará; si está dormido en tus brazos y lo dejas amorosamente en la cuna, lo notará también. El altímetro infalible viene equipado con alarma sonora en modo “llanto”.
-          Radar de amplio alcance: De esa manera detecta rápida e infaliblemente la presencia de la madre en la habitación aunque no pueda verla. Igual que en el Altímetro infalible, el Radar hace saltar la alarma sonora en modo “llanto” y, a veces, “berrido”.
-          Equipo de escucha ultrasónico: lo cual le permite despertarse de inmediato con el más mínimo ruido que se produzca en la otra punta de la casa e, incluso, en la casa del vecino.
-          Estos tres avances de la ciencia no serían nada sin el último y más importante gadget del que dispone el roro: el amplificador. Por supuesto plenamente equipado con: potenciómetro, surround, ecualizador, subwoofer, overdrive y pedal de wah-wah que el pequeño va usando en función de las ganas (imperiosa necesidad, más bien) que tengan los progenitores de dormir.



Antes de terminar querría presentaros “virtualmente” a mi amiga Lola. Lola es, además de madre de dos hermosos chavalotes, una filósofa de nuestro tiempo y por eso quiero compartir una reflexión que siempre sale de su boca al respecto de la infancia: “Si falla Super Nanny, siempre nos quedará Hermano Mayor

Las dulces manitas de mi niño. Oooh!


           Un abrazo... Dulcemente