Seguidores, simpatizantes, lectores de mi blog, amigos todos: Con vuestro permiso, este no es un post para vosotros. Lo lamento. En esta ocasión he decidido dejar mis reflexiones para otro momento y liarme la manta a la cabeza para cambiar de tercio. Esta entrada es para los niños. Voy a contar un cuento. “¿Y eso?” preguntaréis ojipláticos. Varias razones tengo en mi interior: que me ha brotado, que me apetecía, que soy un poco masoca y que en breve llegan las comuniones (y algún/a niño/a que otro/a va a celebrar ese día tan especial en la infancia...). Dicho lo cual: niños y niñas, espero que este relatillo, que voy a dividir en dos capítulos, os guste (también espero que os gusten las galletas que van a acompañarlo). Nada más, ¡valor y al toro!
FWESKI (O LO QUE PUEDE PASAR SI UN
EXTRATERRESTRE VIENE A LA TIERRA)
- Bip, bip, biiiiiip.
- Nave interestelar “Pichón Centenario” llamando a planeta Ganímedes. Cambio.
- Brrrrr fsssss biiiiiiiiiip fsssssssssssssssssssss bip biiiip.
- Nave interestelar “Pichón Centenario” llamando a planeta Ganímedes. Cambio.
- Biip biiiiiip brrrruuuuurrrrr fssss.
- ¡Maldito cacharro! A ver si dándole unos golpecillos al potenciómetro intercomunicador...
Pom, pom, pom.
- Fssss bip bip
- (Fsss) Planeta Ganímedes (brrrr) llamando a Fweski (fssss) ¿qué son esos golpes? Cambio. (Fssss)
- Fweski a la escucha. El potenciómetro intercomunicador funciona a la virulé. He tenido que darle un escarmiento. Cambio
- Déjate de tonterías, Fweski. Comunique (fuurrrsss) el estado de la misión (fsss). Cambio.
- Acabo de visualizar el planeta Tierra.
- (fsss) ¡Perfecto! Continúe su (fsss) cometido y recuerde: ¡sea discreto! (fssss). Cambio.
- De acuerdo. Cambio y corto.
8:30 horas.
Aquí comienza el Cuaderno de Bitácora de Fweski, habitante del planeta Ganímedes. Hace unos minutos he avistado la Tierra desde mi nave, “El Pichón Centenario”, y hacia allí me dirijo. Tengo que presentar un informe detallado de los terrícolas, (cómo son y cómo viven) para la asignatura de “Conocimiento del Medio Interestelar” del colegio. Llevo ya dos cates, pero con este trabajito seguro que me ponen un sobresaliente. Y se lo pasaré por los morros a Gimli “el Mocos” que se tiene muy creído lo de ser el que mejor notas saca.
Debo ser discreto. Ningún terrícola debe darse cuenta de mi presencia. Para ello podré utilizar la “invisibilización integral”. De ese modo seré invisible para los humanos y camparé a mis anchas entre ellos. Mi primo Zúminski me enseñó la antigua técnica ganimediana de la “invisibilización integral” (tirar de la oreja derecha y taparse la nariz). Compleja al principio, pero muy útil en general.
Debo dejar de escribir este Cuaderno de Bitácora si no quiero esmorrarme contra el suelo terrestre. Voy a aterrizar. ¡Qué emoción!
9:00 horas.
Querido Cuaderno de Bitácora. He escondido al “Pichón Centenario” en una especie de bosquecillo muy pequeño. Creo que asoma un poco la punta, pero como el Pichón es verde también, espero que disimule y nadie lo vea.
Desde la ventanilla de mi nave veo un edificio cercano. ¡Estoy emocionado! ¡Voy a conocer de primera mano a los terrícolas! ¡Allá voooy!
11:00 horas.
Querido Cuaderno de Bitácora. Ya estoy de vuelta en el “Pichón”.
He ido hasta el edificio. Es un colegio. Lo averigüé al asomarme a la ventana y ver un montón de terrícolas sentados en pupitres, mirando todos en la misma dirección, salvo dos: uno que miraba atentamente algo en el techo y el otro, la maestra, que miraba a los terrícolas. Me disponía a atravesar el cristal (porque los gaminedianos atravesamos cristales) cuando me percaté de que era aún visible. ¡Casi la lío! Debo ser más cuidadoso si quiero pasar desapercibido. Hice una anotación mental en mi cerebro: “Ser discreto, recuerda, ser discreto”. Me invisibilicé pero algo salió mal. No sé si será algún gas de la atmósfera terrestre o qué, pero en mi forma invisible no consigo ver bien. Todo son como bultos borrosos. Me visibilicé e invisibilicé varias veces, y nada. Borroso, todo borroso. Finalmente, pensé que sería mejor que entrara de una vez y dejara de hacer el tonto. Al final me iban a pillar y me estaba quedando helado. Además ver borroso no es tan grave. Mi abuelo Higi es miope perdido, lleva remiendaóculos todo el día y no pasa nada.
Entre los nervios que tenía y lo cegato que estaba, lo primero que hice al atravesar el cristal fue meter el pie en una especie de cilindro que había en el suelo. Observé el extraño objeto. Era metálico, bastante bonito, pero muy incómodo para caminar con él. Asi que decidí sacar el pie. Pero no tuve éxito. El cilindro se aferraba a mi zapatilla como los mocos a la nariz de Gimli “el Mocos”. Así que tiré y tiré con mis manos hasta que salió despedido por los aires armando un gran estruendo. Nada comparado con al guirigay que se preparó en el aula:
- ¡La papelera!¡La papelera!
- ¿Quién ha sido?
- ¡La papelera ha volado!
- ¡Silencio niños!
- ¡Cómo ha molado!
- ¡Ella sola, señorita, ha volado sola!
- ¡Silencio!
Yo usé otra antigua técnica gaminediana, muy útil en los casos en que puedes salir malparado: huir. Salí escopetado hacia la parte delantera de la clase tropezando con tres sillas, un pupitre y cinco mochilas que estaban en el suelo, lo cual provocó más confusión entre los terrícolas. Finalmente aterricé contra la mesa de la maestra. Con el golpetazo en plena nariz, me visibilicé. Lo noté porque de repente lo veía todo claro, lo que me permitió descubrir unos remiendaóculos como los de mi abuelo Higi encima de la mesa de la maestra. Rápido como el viento me los puse y volví a invisibilizarme. ¡Perfecto! ¡Veía estupendamente! Ahora me sería más fácil cumplir mi misión.
En esos procesos me hallaba cuando me percaté de que dos terrícolas (para ser más exactos, una terrícola y un terrícola) me miraban. Mejor dicho; miraban hacia donde yo estaba. Porque yo acababa de invisibilizarme. Lo recordaba perfectamente. Soy despistadillo pero no tanto. ¿Me habrían visto cuando me arreé contra la mesa? Espero que no. E inmediatamente repetí mi anotación mental: “ser discreto, ser discreto, SER D-I-S-C-R-E-T-O.”
Parece que la calma regresaba al aula. La maestra tornaba a su mesa a buen paso y con cara de necesitar unas vacaciones. Yo juro que lo intenté (y prometo ser rápido en mis movimientos) pero, entre el canguelo de la sospecha de haber sido visto y lo veloz de la caminata de la maestra, no conseguí retirarme a tiempo. La pobrecilla tropezó con el mismo pinrel que quedó atrapado en el cilindro y fue trastabillando en un “parece que me caigo, parece que no” hasta que tomó apoyo en la pared negra del fondo y logró guardar el equilibrio y la compostura. La estruendosa carcajada fue silenciada de inmediato con un golpe seco de la mano sobre la mesa y las palabras:
- ¡¡Examen sorpresa!!
Aquí es donde viene lo más interesante de mi inspección a la Tierra...
CONTINUARÁ...
(Nota final para los mayores: Aunque no lo pretendía, este relato me ha recordado a una novela del genial Eduardo Mendoza, “Sin noticias de Gurb”. Si no la habéis leído, es pecado. Y si después de esta recomendación no la leéis, no tenéis perdón.)
Un abrazo... Dulcemente.
Vaya! me has dejado con ganas de más... qué diver ver la clase desde casita! Me solidarizo con la maestra y sus ganas de vacaciones...
ResponderEliminar¿Quién puede comerse esos monigotes tan lindos?
Enhorabuena again, coco!
De eso se trata, de dejaros con ganas de más.... Me alegro que te haga gustado.
EliminarUn beso